Esto escribió José Zorrilla en 1867; es algo largo, pero creo que viene a cuento:
Todo aquel, que en un libro o un periódico,
determina imprimir sus opiniones,
cree lo más necesario y lo más metódico
dar a su escrito causas y razones,
y en un prospecto, prólogo o programa,
del público sobre él la atención llama.
Allí, con más torpeza o más ingenio,
ya en pretencioso o en humilde estilo,
según es su carácter o su genio.
Empieza, en tono enfático o tranquilo,
a torcer de su idea el primer hilo,
e invocando muy recio santos nombres,
religión, libertad, virtud o ciencia,
promete, cuando menos, a los hombres
riqueza, ilustración, independencia,
paz, dicha, bienestar... Anuncia, en suma,
que el bien universal tiene en su pluma.
Yo no tengo, lector, ningún motivo,
ningún objeto, ni intención alguna,
para darte a leer lo que aquí escribo.
Voy, pues, a revelarte francamente
la verdad; y, lector, me importa poco
lo que de tal verdad piense la gente:
YO ME DOY A ESCRIBIR, PORQUE ESTOY LOCO.
Mas yo nací hablador y soy fanático
por ensuciar papel: no es que presuma
de sabio, de doctor, ni catedrático;
yo no soy más que un loco, soy lunático,
es un defecto natural; y en suma,
sin darla de orador ni de retórico,
cuando ya mi cerebro está pletórico,
reviento por la lengua y por la pluma.
Yo lo digo, y lo sé, no me equivoco:
LE ESCRIBO NADA MÁS, PORQUE ESTOY LOCO.
Mas tengo comezón irresistible
de escribir y de hablar, y es imposible
que calle; hablar de todo se me antoja:
de religión, de ciencia, de política,
de historia, de moral, de numismática,
de botánica, esgrima y ortopédica,
de heráldica, de amor, de ciencia médica
(o arte de asesinar con privilegio),
de guerra, de estadística, de crítica
(o ciencia de pedantes de colegio),
de agricultura, leyes y farmacia
(o arte de envenenar sin compromiso).
Sólo un tonto, de tonto convencido,
puede hacer caso de lo que hable un loco.
No pretendo enseñar, por tres razones:
la primera, porque es mi ciencia corta
para dar, ni consejos, ni lecciones;
la segunda, porque hoy hay a montones
sabios que tienen la tierra absorta,
o al menos tales son sus pretensiones,
y yo a tal vanidad no me remonto;
y la tercera, porque no me importa
que nadie sea sabio o sea tonto.
Ni atención pido, ni favor invoco;
no puede ser un hombre más solícito
en decir la verdad, ni más explícito:
MI EDITOR ESTÁ IDO Y YO ESTOY LOCO.
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